Descanse en paz, Don Joaquín

Hubo un tiempo, cuando aún escribía por aquí regularmente, en el que este blog tenía una sección entera dedicada a Quino. Quinoterapia, se llamaba. Se llama, vaya, que aún existe.

Ya conté en su momento que conocí a Quino en los años de BUP. No ha llovido, ni nada. Nunca fui de cómics de Marvel ni DC, pero en cambio crecí devorando Astérix, Lucky Luke, Mortadelo, e incluso Tintín (que nunca me gustó, pero los devoraba igual). Pero Quino era otra cosa. Me hizo descubrir que una viñeta podía hacerme sonréis mientras me anudaba el estómago. A mis 16 años, en plena etapa existencialista, Quino entró en vena, y ya nunca se fue. Hasta ayer, claro.

Y ahora que Quino – o Joaquín Salvador Lavado, quién sabe – nos ha dejado, habréis visto numerosos titulares: “muere Quino, creador de Mafalda”. Y sí, pero no. En realidad está todo mal. Porque Quino no puede morir, como no pueden morir los genios. Hoy repasaba algunas de sus obras, y es que no pueden estar más vigentes. Y porque Quino es Mafalda – obviamente – pero es mucho más, muchísimo más. Y mira que Mafalda son palabras mayores.

En fin, que ahora que ya no escribo ni para mi sesión mensual de Quinoterapia, no quería dejar al maestro sin un humilde recordatorio. Y para aquellos que afirman que los Simpson predicen el fututo, miren cómo Quino predijo esta mierda de año.

Quién sabe, quizá la Quinoterapia me haga volver al blog. Es lo mínimo que se merece.

Descanse en paz, maestro. Y gracias.

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