El día de Carl Sagan, el escéptico amable

Tal día como hoy, un 9 de noviembre de hace 78 años, nacía Carl Sagan (1934 – 1996). Así que desde hace 4 años, desde diversas asociaciones científicas y promotoras del pensamiento crítico el 9 de noviembre se conmemora el día de Carl Sagan, sin duda el mejor divulgador científico del siglo XX, quizá uno de los mejores de siempre. La actividad científica y divulgadora de Sagan es extensa, pero fue mundialmente reconocido por la serie documental Cosmos, de cuya emisión en España se celebran 30 años.

Cosmos me pilló demasiado joven como para seguirla y mucho menos entenderla, pero en cuanto empecé a interesarme por el mundillo de la ciencia y el pensamiento crítico observé que el nombre de Sagan aparecía por todas partes, como referente indicutible. Así que acudí a las fuentes, y pude comprobar por qué.

Hay algo en la manera de comunicar de Sagan que atrapa. Quizá es su eterna sonrisa, su tono pausado, o – como explicaba hace poco Centinel- , el enorme respeto que transmitía al tratar cualquier tema. Como gran abanderado del pensamiento crítico, a Sagan no se le caían los anillos a la hora de criticar las pseudociencias, supersticiones y supercherías, pero lo hacía siempre en un tono lleno de empatía y respeto hacia los demás. Precisamente estos días ando releyendo “El mundo y sus demonios“, uno de los libros cumbres de Sagan, y en numerosos pasajes se aprecia este intento por entender al otro, así que he decidido, como homenaje al gran astrónomo, traer a este blog algunos fragmentos de esta obra:

 

Sagan explicaba como nadie que la ciencia es una caja de herramientas para hacer frente al mundo que nos rodea:

La ciencia es más que un cuerpo de conocimiento, es una manera de pensar, (…) imaginativa y disciplinada al mismo tiempo. Ésta es la base de su éxito. Nos invita a aceptar los hechos, aunque no se adapten a nuestras ideas preconcebidas. Nos aconseja tener hipótesis alternativas en la cabeza y ver cuál se adapta mejor a los hechos. El científico que propuso por primera vez consagrar la duda como una virtud principal de la mente inquisidora dejó claro que era una herramienta y no un fin en sí misma.”

Sin embargo, su defensa acérrima de la ciencia y del pensamiento escéptico no le impedía ser crítico con el escepticismo más radical, ese escepticismo desdeñoso y prepotente que algunos se empeñan en adoptar:
 

“¿He oído alguna vez a un escéptico que se creyera superior y despreciativo? Sin duda. A veces incluso he oído ese tono desagradable, y me aflige recordarlo, en mi propia voz. El escepticismo científico puede parecer arrogante, dogmático, cruel, despreciativo de los sentimientos y creencias profundas de otros. A veces parece que la conclusión escéptica haya surgido antes, que se ignoren las opiniones sin haber examinado previamente las pruebas.(…) En la manera en que se aplica a veces el escepticismo a temas de interés público hay una tendencia a minimizar, condescender, ignorar el hecho de que, engañados o no, los partidarios de la superstición y la pseudociencia son seres humanos con sentimientos reales que intentan descubrir cómo funciona el mundo. (…) Si su cultura no les ha dado todas las herramientas que necesitan para emprender esta gran búsqueda, templemos nuestras críticas con la amabilidad. Ninguno de nosotros llega totalmente equipado.”

“Y, sin embargo, la principal deficiencia que veo en el movimiento escéptico está en su polarización. Nosotros contra Ellos, la idea de que nosotros tenemos un monopolio sobre la verdad; que esos otros que creen en todas esas doctrinas estúpidas son imbéciles; que si eres sensato, nos escucharás; y si no, ya no hay quien te redima. Eso es poco constructivo. No comunica ningún mensaje. Condena a los escépticos a una condición permanente de minoría”

 

Sagan defendía, y yo tambien lo creo, que es necesario armonizar la apertura a nuevas ideas sin perder un ápice de la rigurosidad del método científico y el pensamiento escéptico. Sólo así se podía avanzar en el conocimiento:

“(…) en el corazón de la ciencia hay un equilibrio esencial entre dos actitudes aparentemente contradictorias: una apertura a nuevas ideas, por muy extrañas y contrarias a la intuición que sean, y el examen escéptico más implacable de todas las ideas, viejas y nuevas. Si uno es sólo escéptico, las nuevas ideas no le llegarán. Nunca aprenderá nada. Se convertirá en un misántropo excéntrico (…) Pero al mismo tiempo, la ciencia requiere el escepticismo más vigoroso e implacable porque la gran mayoría de las ideas son simplemente erróneas, y la única manera de separar el trigo de la paja es a través del experimento y el análisis crítico. Si uno está abierto hasta el punto de la credulidad y no tiene ni un gramo de sentido escéptico dentro, no puede distinguir las ideas prometedoras de las que no tienen valor. Aceptar sin crítica toda noción, idea e hipótesis equivale a no saber nada. La mezcla juiciosa de esos dos modos de pensamiento es central para el éxito de la ciencia. Los buenos científicos hacen ambas cosas.”

Y nos hablaba de cómo estas dos vertientes debería formentarse en la educación pública:

“Tanto el escepticismo como el asombro son habilidades que requieren atención y práctica. Su armonioso matrimonio dentro de la mente de todo escolar debería ser un objetivo principal de la educación pública. Me encantaría ver (…) una comunidad de gente que aplicara realmente la mezcla de ambos casos -llenos de asombro, generosamente abiertos a toda idea sin rechazar nada si no es por una buena razón pero, al mismo tiempo, y como algo innato, exigiendo niveles estrictos de prueba– y aplicara los estándares al menos con tanto rigor hacia lo que les gusta como a lo que se sienten tentados a rechazar.”

Para acabar, os dejo una espléndida colección de 7 vídeos cortos conocidos como “Sagan series”, donde se combionan imágenes espectaculares con fragmentos de textos narrados por el propio Sagan.

¡Felíz día de Sagan!

 

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